
No obstante, para la gente del siglo XVI fue trascedente conocer dicha verdad. El Hombre le cedió el centro del universo al Sol, y luego el Sol le cedió ese lugar a la Vía Láctea y, con el avance de la astronomía, nuestro planeta Tierra quedó aún más escondido y solitario en el cosmos.
El Hombre, ante esta verdad, comenzó a desarrollar su arte, la ciencia, su manera de participar en el mundo. Ya no se podía vivir igual que antes. La aceptación de ese nuevo paradigma logró que la gente se replanteara otras cosas, que saliera a las calles, que debatara su propia naturaleza.
Hoy estamos viviendo algo similar, más allá de estar parados en un escenario completamente diferente al del Renacimiento. Todavía oficialmente se cree que somos los únicos pobladores del universo y que la vida sólo se manifiesta en nuestro planeta. En otra escala, no pensamos muy distinto a los habitantes de la Edad Media.
Ahora el ser humano volvió a ocupar otro tipo de Centro, que, por supuesto, no se basa en su ubicación en el universo, sino en su existencia. Quizá haga falta la aparición de un nuevo Copérnico para que nuestra especie vuelva a replantearse su minúsculo y fascinante rol en el cosmos.
¿Importa realmente creer en la vida extraterrestre?
Yo creo que sí.
Amigo, muy interesante tu Blog.
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